martes, 24 de septiembre de 2013

Cine erótico: Lunas de hiel




¡Buenas tardes cinéfilos! Hoy lo dedicamos al cine erótico con la cinta Lunas de hiel (Bitter Moon, 1992) de Roman Polanski, inspirada en el libro del mismo nombre del autor francés Pascal Bruckner.

"Todos albergamos cierto sadismo." (Oscar)

“Omphale, el convento te despide, vendré a buscarte por la noche.” (Marqués de Sade)

En la más pura e inocente relación de amor, asoma la cabeza el Marqués de Sade, pues la bellísima y enigmática protagonista (la actriz Emmanuelle Seigner), “la hechicera de zapatillas blancas”, que se casó a sus 22 años con el propio Polanski (su última esposa había sido asesinada); es despertada de su letargo de inocencia y bondad para conocer los entresijos de la miseria humana en esta grotesca oda a la perversión.

Él (un brillante Peter Coyote encarna el personaje de Oscar), atractivo y elegante, es un adinerado vividor y escritor americano, que viaja a París alimentado por la religión de la superstición: Si sobre las cabezas de Fitzgerald, Hemingway, Miller… rociaron monedas de oro en esta ciudad, yo también conseguiré ser un escritor de éxito con mis ojos rodeados de fachadas parisinas. Ella, por su parte, es una lolita parisina llamada Mimi, inexperta y salvaje, un poco Circe, un poco femme fatale y muy sirena.

De la vida sana y natural, de la pasión excitante y erótica que nace entre ellos, poco a poco y sin advertirlo, van adoptando una actitud de enclaustramiento, viviendo cada vez más hacia dentro, víctimas de una adicción sexual enfermiza y desgastada que los sume en una metamorfosis kafkiana, convertidos en insectos depravados que la sociedad repudia y no cura.

En tal situación, Oscar, aburrido ya de Mimi nos cuenta: “Llegué a temer la hora de acostarme, sentía entonces un deseo irresistible de dormir, sentía lástima por ella, allí estaba con su vientre hambriento, sus órganos alborotados”. Por tanto, decide acabar la relación, pero ella insiste en poseerlo sean cuales sean las condiciones y por debajo de todos los valores sociales. La dignidad, el orgullo y la vitalidad se arrinconan, porque cuando el ser más declara su “amor” incondicional, cuanto más se arrastra y suplica, cuando quiere poseer aunque eso la destruya; menos apetecible es, trampa mortal de la naturaleza. Entonces el escritor, que ya ni la encuentra atractiva, la humilla hasta lo insoportable, para conseguir liberarse de ella, pero la joven ya está sometida a la neurosis que la domina en su obsesión por él, en un odi et amo aturdidor. Así que hunde su cabeza una y otra vez, tratando de vengarse y poseerlo, de llegar al fuego enfermo del centro de la tierra, siempre junto a él, porque aún le parece mucho más terrorífico imaginarse lejos de este.

Por otra parte, esta trasnochada, sadomasoquista y gótica historia es contada desde el punto de vista de Oscar, ya parapléjico, que así ha sido castigado por sus crueldades. Por lo que en todo momento vemos la aventura pasional de abajo hacia arriba, lejos del menos perverso Valle-Inclán, quedamos atrapados en la degradación y la decadencia, pues el filme nos obliga a estar en la silla de ruedas: nada de ser un voyeur desde el cielo. De este modo, la paraplejia se muestra como una metáfora de la pasión efímera y del placer infernal al que puede conducir la parte inferior del cuerpo, cuando no hay razón ni tendencia vital. Asimismo, se manifiesta el enfrentamiento entre inmovilidad corporal y dinamismo, pues asistimos a varios bailes eróticos donde, por otra parte, también hay lugar para la negritud y el lesbianismo. Sin duda, nos contextualizamos de lleno en los años noventa al sonar temas como “Fever”, “Stop” (Sam Brown) o la simbólica “Slave to love”.

De otro lado, cuando Oscar narra: “La eternidad comenzó para mí un día de otoño en París a bordo del bus que hace el recorrido entre Montparnasse y la Porte des Lilas”; no se refiere a la eternidad católica, vínculo por otra parte autobiográfico con Polanski, que nunca recibió educación religiosa (aunque fuese de origen judío y su madre muriese en un campo de concentración por tal causa), sino a una eternidad entendida como suplicio demoniaco, en tanto que se halla doblemente atrapado. Por un lado, en su propio cuerpo, cuya corrupción in crescendo lo encarcela y, por otro lado, desposado con la joven Mimi de mirada fija, la cual lo cuida hasta el fin de sus días, martirizándolo, de modo que la venganza aniquila el erotismo, (¿o no?): Dolor y erotismo, cuestión siempre polémica.

El contrapunto fundamental para que tenga sentido lo espantoso, es presentado por Nigel (excelente Hugh Grant) y su esposa Fiona (Kristin Scott-Thomas), que llevan una relación balsámica, correcta, “higiénica y sana”; pero que se lamentan de vivir sin pasión, motivo por el cual se hallan en un viaje en barco hacia la India, en búsqueda de una terapia conyugal, y espacio en el que coinciden con Oscar y Mimi.

Nigel, por su parte, representa la contención sexual, encendiéndose en él una fuertísima atracción por la voluptuosa Mimi, de modo que a lo largo de todo el filme se siente que algo está por ocurrir. Pero el escritor americano y su esposa le ofrecen este ejemplo de pasión devoradora de todo lo que encuentra a su paso, presentando así la paradoja de la pasión y la moraleja de la preferible tranquilidad.

“Nada podrá nunca superar el encanto de aquel primer amanecer. Yo podría haber sido Adan, con el sabor aún fresco en mi boca de la manzana. Estaba observando a toda la belleza del mundo corporeizada en una mujer, y supe, con cegadora certeza, ¡que esto era todo!” (Oscar)

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Puntuación: 7/10

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