lunes, 25 de febrero de 2013

ARCO 2013, el espejo opaco (2/3). El Club Express

25 febrero, 2013
ARCO 2013 (II)
Una visita a ARCO 2013 da para mucho, reflexiones sobre la propia feria, sobre el arte y el mundo en el que vivimos. Aquí tenéis la segunda parte de un interesante análisis realizado por nuestros colaboradores Claudia Ruiz Cívico y Antonio García Villarán.
Texto: Claudia Ruiz Cívico y Antonio García Villarán

¿QUÉ HA SIDO DE LOS GRANDES TEMAS?

Encontramos que algunos de los grandes temas no se mencionan, están olvidados o no son susceptibles de funcionar en el mercado del arte. Es el caso, por ejemplo, de la religión y el sexo. En otras ocasiones, hemos visto cómo salían en todos los informativos las imágenes de mujeres crucificadas, Papas aplastados por un meteorito o desnudos «indecentes» y «provocativos». Sin embargo, en esta Feria, a excepción de un consolador que a su vez era un envase relleno de cenizas (probablemente de la pareja del usuario/a), o algún vídeo donde el rostro de una joven rubia con estética de los años 60 jugaba con su propia saliva, con una bolita u otros objetos, no encontramos esta provocación. Incluso diríamos que se ha perdido el color. Lo aséptico de la mayoría de las obras nos deja un ARCO que mayoritariamente apuesta por un tipo de estética en escala de grises que baña la mayoría de las obras. A veces nos da la impresión de que se asemeja más a una tienda grande de cuadros del siglo XX, dejando atrás el perfume de lo que fue un día: un escaparate donde se daban cita las ideas de los artistas vivos espiritualmente que creían que, como nosotros hoy, se puede cambiar el mundo a través del Arte.

Otros temas igualmente incómodos son la muerte, la violencia y el miedo. Apenas si hay obras dedicadas a estas cuestiones, porque se trata de erradicar cualquier signo ostentoso del sentimiento. No se hacen preguntas metafísicas, ni la ciencia ni la religión ni la filosofía aparecen tampoco en las obras. Es también un arte de la vacuidad, centrado en la forma más que en el contenido, más que en las ideas. Las obras son apariencias sin sustancia para reforzar el hedonismo individualista imperante. En cambio sí que hay un cultivo minoritario del hiperrealismo redundando en la idea del carpe diem, aunque no haya qué decir, aunque carezcamos de fundamento. Se trata de un narcisismo y egoísmo que apunta a la selección natural más feroz, asegurando la continuación de la especie, pero es la vida en forma y sin contenido, la perpetuación de la especie robótica, sin sufrimiento, amando la propia vida con su condición de placer efímero.

En lo que atañe al humor, apenas si deja asomarse. Y cuando lo hace, es de tipo crítico, irónico y espontáneo, pero suave. Sin sobresaltos. Además, no deja de respirarse un clima de indiferencia, nada parece que sea verdaderamente importante, todo es relativo, a veces incluso parece que todo vale. Hay un spleen generalizado, un hastío provocado por la sobreabundancia, la repetición, la homogeneidad, un tener miedo de no ver nada ya, por los continuados streptease, porque ninguna ideología parece entusiasmarnos y comprometernos seriamente. No aspiramos a ningún tipo de eternidad, pero tampoco la deseamos.

De igual modo, no se observa tensión entre el artista y el receptor, porque éste ya no defiende el orden y la tradición. De forma que la capacidad para sorprender, la originalidad y la creatividad son cada vez más difíciles de conseguir para los artistas, y más que observarse nuevos estilos, se integran los ya existentes. Por otra parte, se huye de la totalidad, con obras abiertas que disuelven los mundos de las antinomias, cohabitando lo renovador con lo retro, lo porno con lo discreto, el consumo con lo ecológico, lo artístico con lo cotidiano, lo planificado con lo espontáneo, lo material con lo espiritual, etc., y elogian todos los des-: el desorden, la despreocupación, el desencanto, la deconstrucción, la descentralización, la desestabilización, y por tanto también los irracionalismos, la imperfección, lo antimoral, los fragmentos y las fracturas, la abstracción, las geometrías, la multiplicidad de puntos de vista y de sentidos, la visión de la complejidad infinita, la diversificación de corrientes, la ausencia de valores universales, sin conciencia de principio ni fin, reflejando, en definitiva, un mundo siempre en construcción. Sin embargo, lo que un día fuera revolución, escándalo, provocación y vitalidad, lo que un día fuese un trueno arrebatador, ha pasado a ser laguna. El arte es acechado por los hilos de la mercadotecnia, para ser convertido en cultura de masas y consumo cultural y, por tanto, trata de ser acomodado a las leyes de producción económica, apareciendo así el canon postmoderno, la innovación elevada a norma y, por tanto, adquiriendo cierto carácter conservador y acomodaticio, como una especie de neovanguardia convencional a la carta. Es también un arte marcado por la apoteosis de lo temporal, por el placer inmediatamente obsoleto, por las gratificaciones efímeras, olvidadas velozmente y con gran facilidad, sustituyéndose unos objetos por otros y privándonos así de sus esencias. Es la indiferencia por la saturación: a más, menos. En una sociedad en la que lo inmediato es lo que prima, las obras que salen de las manos y cabezas de los artistas ven frecuentemente la luz con una baja elaboración objetual. De esta forma, bajo el epígrafe de lo «conceptual» hallamos aquellas obras fácilmente identificables como tales, pero también creaciones tras las que ni siquiera puede descubrirse el concepto.

ARCO 2013, el espejo opaco (1/3)
ARCO 2013, el espejo opaco (3/3) 

Fuente. EL CLUB EXPRESS

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