lunes, 11 de marzo de 2013

TOC, TOC. LA IMAGEN POSIBLE E IMPROBABLE. Crítica a la obra de Claudia Quade Frau

Tic tac, toc toc. El reloj se detiene. ¿Y Claudia? ¿Dónde se encuentra Claudia? ¿!Claudia?¡ Claudia ha atravesado el espejo. Claudia retorna de su ida al país de las maravillas y porta una cesta colmada de fotografías con la inmensidad de su universo: un bagaje de ficciones y realidades. Os ha invitado a todos a acercaros con ojo de cíclope y atención de sabio a observar cada una de sus obras. ¿Pero Claudia? ¿Dónde está ese lugar? ¡Queremos ir también! A lo que nos contestó: - Aquí. Señalando un fragmento de su piel. La artista Claudia Frau ha ideado un mundo insólito, donde como si de los viajes de Gulliver se tratase, barcos de papel de dimensiones humanas navegan con ímpetu entre las olas con anhelo de llegar a la Tierra de, donde el moteado de una dulce vaca refleja las existencias de aquellas personas con las que querría encontrarse cara a cara, donde el ayer y el hoy bailan tango con las piernas entrelazadas, pero sin pisarse. Claudia Frau es una sirena que con su canto visual atrae a la dimensión humana la onírica, aquella donde se entremezclan cosmos que jamás encontramos unidos. El mundo imaginado que nos propone la artista en su obra no se entendería fuera de su propia historia. Ante una vida que la ha llevado de un continente a otro desde su tierna infancia, ha ido inventándose para entender el mundo. Ante este contraste de experiencias vitales la autora ha decidido crear el suyo propio. Como la Alicia del espejo, los ojos de Frau sobrepasan muros de hormigón con la facilidad con la que un trompo se introduce en un bloque de mantequilla. Nos coloca ante nosotros las imágenes de una realidad a veces metafísica y a veces surrealista. Pero eso sí, llena de contenido y poesía. Porque la poesía visual es el arsenal que Claudia Frau usa para combatir el hastío de esta sociedad extremadamente analítica e inapetente en la que vivimos. La artista hechiza nuestro intelecto mediante la asociación fascinante de dos realidades que no se asocian cotidianamente, metaforizando cada resquicio vital que analizan sus pupilas: es la metamorfosis de lo convencional en lo desconcertante, creando asombro, extrañeza, consternación, engañando al ojo con trampantojos felices. En su obra todo es lo que parece, siempre y cuando partamos de la base de que nada es lo que dice ser. Todo es posible, pero nada es probable. Frau y Freud se convierten en Jano para dar pulsión vital a lo onírico y a lo subconsciente. Porque las cosas cuando pierden su apariencia habitual y somos capaces de verlas desde una óptica inusual, se presentan ante nosotros con una fuerza y un atractivo que nos eleva al límite del pensamiento y lo sentimental, al nivel donde lo humano roza lo sobrehumano, sea cual fuere el significado de este estado, pero siendo sin duda el impulso más arrebatador y apasionado del ser. Así, dentro de Claudia Frau viven grandes autores. Ella forma parte de este nutrido grupo de artistas que, moldeando la realidad como si la existencia material y tangible fuese una pastilla de plastilina, realizan una suerte de arte conceptual cuyos máximos exponentes los encontramos en las greguerías de Gómez de la Serna y en la poesía visual de Joan Brossa, Chema Madoz, Jaume Plensa, Bartolomé Ferrando y Antonio Gómez entre otros. Los cuales, junto a Frau, recogen el testigo de las vanguardias de finales del XIX y principios del XX para regar las raíces del joven XXI con inteligencia, lirismo y sensibilidad plástica. Es fácil imaginar a Buñuel dentro de una de las fotografías de la artista, grabando atónito para uno de sus cortometrajes la bajada de una araña gigantesca cuyo tejido es el espejismo de un cable eléctrico. O a Dalí perplejo observando una aguja que hila las líneas discontinuas de las carreteras por las que habitualmente viajamos buscando placeres: ¡para las que sin duda serían necesarias al menos trece viejecitas hilando! O a Amélie Poulain fotografiando con su Instamatic Kodak una farola que es un tallo de una flor o un tallo que es una farola. Pero también a Gérard Depardieu en Jean de Florette y su necesidad de escapar de la hormigueante urbe y volver al campo en búsqueda de lo autentique. Este es el legado de Claudia Frau, en el que asistimos a sus largas caminatas junto a Chema Madoz, Joan Brossa y Magritte. Los cuatro van cogidos de la mano deslumbrados por las mismas certezas, dialogando a viva voz y haciendo a los asistentes caer rendidos ante la erótica de sus ingenios. Pero la autora advierte a los paseantes de que tengan los ojos bien abiertos, porque en este paseo, bajo la apariencia ilusoria de unas palmeras, se esconden unos colosales elefantes. Todo esto es posible gracias a la calidad de sus imágenes, donde la artista deja constancia de la pureza de la técnica fotográfica para mostrarnos lo imposible hecho realidad. René Magritte pintó paisajes imposibles, Dalí “jirafó” elefantes, Giorgio de Chirico paró el aire en sus obras y Frau fecunda con pura vida nuestros elementos más cotidianos. Sería imposible vivir en un mundo creado por esta joven artista, pero difícil sería intentar subsistir sin él. Y es que Claudia Frau es a la fotografía, lo que Ramón Gómez de la Serna fue a la literatura: si para el creador del greguerismo las pasas son uvas octogenarias, para nuestra poeta visual el cableado de los postes eléctricos son los pentagramas de música que conforman la banda sonora del paisaje. Ya lo dijo Shakespeare, to be or not to be, pero también Alicia en la obra de Lewis Carroll: “¿No comprende usted que yo… no soy yo?”. Las dimensiones se contraen y se expanden, giran sobre sí mismas, los objetos se relativizan, no puedes confiar en nada de lo que ves, no confiéis en el caballo, troyanos, porque las cosas son lo que son y lo que no son, nada es verdad ni mentira, los espejos hacen de la realidad un laberíntico entramado ilusorio de más espejos, donde lo que parecía una cosa es otra o quizás las dos cosas a la vez, donde se comunican mundos aparentemente incomunicados, no empáticos, donde la confusión de lo consciente y lo inconsciente es una joya exquisita. Sus imágenes están llenas de luz y limpieza. Son ideas puras y positivistas, que animan al espectador a zambullirse en un pensamiento ramificado y multiforme. Nada es lo que parece, pero todo es. La realidad ilógica que nos muestran las fotografías de Claudia se nos antojan completamente creíbles. Quizás se encuentren dentro de nosotros, y ella no haya hecho más que sacarlas a flote, más allá del marco. Sus paisajes intervenidos son un instrumento lírico con el que componer carreteras de cielo que nunca se acaban. Sus ciudades son recortables que nos hablan del anhelo y la mentira. Toda una declaración de intenciones expresada desde la dulzura y la poesía. Claudia Frau es una celestina de dimensiones, una emperatriz de todos los reinos de este mundo, jugando con ellos caprichosa y deliciosamente, confiriendo siempre un sentido novedoso. Es también una filósofa cartesiana que abre las puertas de nuestra percepción para reflexionar críticamente y dudar acerca de cuestiones fundamentales del ser. Es la Safo de lo visual, la eterna sirena entre tierras que ella comunica con su canto.


 Claudia Ruiz Cívico y Antonio García Villarán, Málaga y Sevilla, marzo de 2013
Más información en http://www.claudiaquadefrau.com/

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